Relatos

CAPITULO 5: DESDE EL PASADO

De nuevo, Owain Evans cayó en trance mientras las visiones del pasado asaltaban su mente…

El fragmento de madera clavado en el pecho, sobre el corazón, fue extraído lentamente. De ese mismo pecho brotó un grito breve. Era un grito de rabia y desafío; quién lo daba quería demostrar algo, y sentirse libre. En realidad, un grito fútil. El vampiro estaba a merced de su captor.

Frente a él, la criatura que sostenía el trozo de madera apartó un mechón rubio de sus ojos profundos y claros. Esos ojos que habían visto pasar más de un milenio. Ese ser había vivido infinidad de experiencias. Por ejemplo, recordó cuando había estado al otro lado de la madera, hacía unos siglos, en la misma cueva.

Aquella experiencia, inicialmente terrible, se recondujo y dio paso a una relación prolongada, estable y respetuosa. La gente del pueblo acudía a la Fuente de Esencia (FdE) cuando surgían crisis, ya fueran hostilidades con los pueblos vecinos, sequías o escasez de alimentos. La ventaja que la Esencia les proporcionaba les permitió superar todas las adversidades. A cambio, ofrecían periódicamente un pago en sangre. Un pago que la Fuente de Esencia aceptaba con agradecimiento. Se organizaba una fiesta solemne. Tras el banquete, los cánticos y los bailes, los habitantes del pueblo vertían un poco de su sangre en un cuenco, regalándola a la criatura, quien, agradecida, la tomaba. Así se forjó un pacto de mutua ayuda. Una simbiosis perfecta.

La vida en la estepa continuó de esta manera durante siglos. El ser se había enamorado de esa sociedad que progresaba bajo su protección. Su ambición no era dominarla, ni someterla. Eran objeto de su estudio y devoción.

Pero la dicha no podía durar eternamente. La corta vida de las personas era una dificultad insalvable para la amistad que surgió entre Jannuson Grozaia y la Fuente. La única solución fue mantener al humano dándole vitae, de manera cada vez más frecuente… y abundante. Tras unos siglos prolongando su vida de forma artificial, su espíritu resultaría corrompido; su moral desdibujada y su temperamento alterado.

La pérdida (en cierta manera) de su amigo, originó una depresión y un sentimiento de culpa terrible en la Fuente. La melancolía hizo que perdiese el gusto por observar al pueblo que tanto había amado y, finalmente, huyó de la situación de la única manera que se le ocurrió. Fundiéndose con la tierra y entrando en letargo.

Esto había sucedido hacía más de tres siglos. 

Ahora, despierto y recuperando su vitalidad, su poder, poco a poco, había conseguido apresar a un vampiro. En él veía algo que resultaba más que familiar.

– ¿De dónde vienes, joven?
– !¿¡Joven!?! ¡Llevo sandalias desde hace más de 90 años, imbécil! Libérame y te demostraré que no deberías jugar conmigo.
– 90… ¿años?… no tengo claro cuántos inviernos es eso… no importa. No es la respuesta a mi pregunta. Pero dime, ¿eres hijo de mi hermano el Dragón? 
– ¿Quién?
– No sabes ni de dónde procedes, criatura lastimera. Huelo la podredumbre del demonio de los Cárpatos en tu sangre. 
– ¿Qué dices? ¿Qué demonio? Ni sé qué son los Cárpatos.
– Eres tan joven… – el vampiro preso comenzó a entender que quien estaba frente a él, contaba el tiempo en milenios. – No es culpa tuya desconocer la historia de tu linaje. La vergüenza hace que no se instruya correctamente a las nuevas generaciones. 
– “…” – el preso se agitó sentado, con las manos atadas a la espalda-.
– Al otro lado del mar conocido, hay unas montañas en las que habita el Mal en estado puro. Es algo inmenso y tan horrendo, que la tierra, los bosques, los lagos, el mundo natural, lo rechaza, obligándolo a vivir atrapado bajo esas montañas, los Cárpatos. Con promesas y subterfugios engañó a mi padre, el primero de su sangre, y a sus hijos. El demonio ofreció un poder más allá de la imaginación; la posibilidad real de ser dueño de todo el mundo o, incluso, de toda la Creación. Demasiado tentador como para que mi padre lo rechazase. Pero el precio… – la Fuente chasqueó la lengua con una mezcla de tristeza y resignación. – El precio era igual de grande que la promesa. Condenó a Padre; mis hermanos fueron seducidos. Ellos y toda su prole quedaron malditos. Yo sólo pude huir… huir al oeste.
– No entiendo qué estás diciendo.
– Claro. Nadie te ha contado esto y, aunque así fuera, no creo que pudieses entenderlo. He observado que la maldición subyuga las mentes para ocultar su naturaleza. Es como un parásito. Uno, que se oculta en el interior del huésped provocándole sed y hambre al anfitrión cuando quiere saciarse, forzando al hospedador a creer que el hambriento es él. Es algo terrible. No lo sabes, pero ya no eres dueño de ti mismo.
– Sólo dices sinsentidos. Tus fantasías no me asustan – siguió forcejeando con sus ataduras -. Mi clan vendrá y nos encontrará. Ríndete ahora y seremos rápidos en proporcionarte el final. De lo contrario, sucumbirás y serás apresado. Te estudiaremos. No será nada agradable, te lo prometo. Vamos a diseccionarte vivo.
– ¿Tu clan? ¿Quieres decir “el linaje”? Así que me han perseguido hasta aquí.
– ¿A ti? ¡Eres insignificante! ¡Ni siquiera sabíamos de tu existencia! Vinimos por la ciudad. No vamos a permitir que el resto de clanes se adueñen de ella y aumenten sus dominios. ¡Caesar Augusta será para los Tzimisce!
– ¿La ciudad? Claro. El pueblo. Mi pueblo. En estas tierras se concentran líneas de poder de la propia Gaia, ¿no es así? Supongo que lo percibí inconscientemente durante mi viaje y por eso me sentí atraído y me detuve aquí.
– ¿Pero qué estás diciendo? Es por los humanos. El Imperio Romano llegó aquí hace tres generaciones. Trajeron la civilización a estas tierras bárbaras y hay que reclamar los nuevos dominios pronto, antes de que lleguen otros clanes o los más antiguos de nuestro propio clan.
– Los otros clanes… ¿Hablas de los manipuladores de sombras?
– Los Lasombra ya están husmeando por aquí, sí. Aunque estamos a tiempo de expulsarlos. O, por lo menos, planear cómo compartir la ciudad y los puestos de poder.
– … – con los ojos cerrados y un gesto que aunaba compasión y decepción, la Fuente pensaba para sí “Poder, dominio, … sólo tiene ambiciones pueriles”.
– Un momento. ¿Por qué estoy yo contándote todo esto?
– No te preocupes. No es culpa tuya. Soy yo quien te obliga a hablar. Es parte de mi poder.
– ¡Pues ya es suficiente!

El vampiro se levantó a la velocidad del rayo. Las ataduras que lo mantenían preso habían caído al suelo; ya no tenían muñecas que apresar. Las manos habían sido modificadas, moldeadas, hasta tomar la forma de delgados látigos de carne terminados en un aguijón afilado y venenoso. El vampiro lanzó sus flagelos hacia el rostro de la Fuente en un movimiento asesino.

Su objetivo no se movió ni un milímetro y, sin embargo, el Tzimisce no pudo alcanzarlo. Se había quedado bloqueado, congelado en su ataque mortal. Frente a él, con parsimonia y confianza, la criatura entrecerró sus ojos claros, dedicándole una mirada capaz de congelar un incendio. Dando un paso, estiró su brazo, hasta apoyar la palma de la mano en la mejilla del vampiro.

– No es culpa tuya pero no puedes seguir existiendo. Hay que erradicar la maldición.

Con un gesto sencillo arrancó la cabeza del tronco y miró apesadumbrado cómo todo se transformaba en cenizas.


– Me abandonaste – la voz procedía del interior de la gruta -.
– Lo sé. No estoy orgulloso – en los ojos claros las pupilas se dilataron mirando hacia la profundidad -, Jannuson.
– Ni siquiera me diste una explicación – el hombre avanzó hasta un punto en el que era perfectamente visible-.
– No fui capaz.
– Con el tiempo lo entendí. Pero no significa que me parezca bien. Ni que no te guarde rencor.
– Si quieres puedo disculparme, pero … lo repetiría si volviésemos atrás en el tiempo.
– Entonces no te disculpes.
– Me alegro mucho de que sigas vivo, Jannuson.
– Ya. En el fondo, creo que yo también me alegro de verte.
– Cuéntame, ¿cómo lo has conseguido?
– Cazando. Con tu sangre en mi cuerpo, me volví más rápido, más fuerte. Pero eso ya lo sabes. Con la edad, me volví más astuto. Con el hambre, más audaz. Y los vampiros están en todas partes, al fin y al cabo.
– Te convertí en un depredador.
– Aunque no me transformaste, al final, la maldición de tu sangre me atrapó. Los jóvenes me satisfacían durante un tiempo, pero tuve que ir apuntando cada vez más alto, ¿sabes? Y es arriesgado de narices – se hizo una pausa incómoda-. 
– Veo que has traído un arma.
– La herencia de la familia – dijo Jannuson, levantando la falcata a la altura de sus ojos-.
– ¿Has venido a matarme?
– Creía que sí. Pero… no es lo quiero.
– No sé si te dejaría.
– Si nos ponemos, podría pasar de todo – Jannuson Grozaia sonrió como se sonríe a los viejos amigos
-.¡Ja, ja ja! ¡Sí! – la criatura de melena rubia y ojos claros rió con la boca abierta, con placer. –
– ¡Bah…!

Los antiguos amigos se fundieron en un abrazo fuerte y prolongado.

Tras eso, hablaron largo tiempo acerca de los acontecimientos de los últimos seis siglos y medio. De todos los cambios que se habían dado en esas tierras. El hombre narró cómo su pueblo había aguantado mucho tiempo sin la ayuda de la Fuente de Esencia pero, al final, otros pueblos, acompañados por otros vampiros, aniquilaron a sus guerreros y expulsaron a los supervivientes.

Ahora una nueva ciudad se estaba erigiendo. Una muy prometedora. Y esa promesa había atraído a hombres ambiciosos, y a vampiros aún más ambiciosos. Ahora existían clanes. Los Lasombra y Tzimisce se disputaban los puestos de honor en la sociedad vampírica, al igual que los patricios buscaron las posiciones de influencia en la política local cuando fundaron Caesar Augusta. Muchas veces, ambas cosas iban ligadas. 

– ¿Cuántos vampiros hay en la ciudad? – preguntó la FdE.
– Alrededor de setenta, diría.
– ¿Te conocen ya?
– Algunos sí. Cuando eran más más de setenta. Dejémoslo ahí.
– Vale, entiendo. Hagamos una cosa. Vamos a darles la oportunidad de conocernos y comenzar una relación amistosa. Puede que haya sitio para todos aquí.
– Y ¿qué hacemos? ¿Salimos por la noche a gritar por las calles?
– Tengo una idea mejor. Forjaremos un Sello que entrelace nuestro emblema con el de ellos. Así verán que buscamos puntos en común y que los aceptamos en nuestras tierras.
– Una señal de unión.
– ¡Afila tu falcata! Haz un corte en mi carne. Mi sangre templará los Sellos forjados. Mi esencia impregnará los presentes y los habitantes de la noche de la ciudad entenderán y apreciarán el gesto.
– Esperemos que lo entiendan de esa manera.
– Será un símbolo de fraternidad.
– ¿Lo aceptarán?
– Eso espero. De lo contrario, tendremos que expulsarlos o destruirlos.

Owain Evans salió del trance. Ahora entendía mucho mejor los pormenores de la ciudad y sabía lo que tenía que hacer.

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