Relatos
CAPITULO 2: LA CORTE DEL BRAMIDO
Armin Brenner, Arzobispo de Washington, se sentía muy confiado mientras pensaba en la gran noche que le esperaba. Había ensayado la exposición argumentativa concienzudamente y estaba seguro de doblegar a toda la corte a su voluntad. Llevaba consiguió la mejor de las armas para ello: a sí mismo.
El timbre de su voz era la envidia de cualquier contralto con carrera contrastada en la ópera internacional. Acompañaba a la perfección sus más de ciento noventa centímetros de altura exquisitamente vestidos, su cabello rubio acomodadamente peinado, sus ojos claros y fríos capaces de helar la sangre del más aguerrido, y su tez paradójicamente aceitunada. Una gota de sangre bárbara en su ascendencia romana, que culminaba definitivamente el carácter mediterráneo de sus ancestros (que habían conocido el Mare Nostrum de antaño).
[…]
– Y ese es el resumen: los hermanos de sangre cederán parte de su territorio o abonarán los tributos correspondientes, previamente actualizados, para mayor gloria del Sabbat. Con esos recursos los antiguos podrán gestionar las necesidades de la guerra contra la Camarilla y atenderán también el frente que se abre contra los anarquistas. ¿Votos a favor?
– ¡No tan rápido arzobispo! – tres vampiras con rasgos marcadamente latinoamericanos hablaban simultáneamente, produciendo un eco en cada palabra – ¡Las hermanas de sangre tenemos algo que opinar al respecto!
La vampira más cercana dio un salto repentinamente, cubriendo los más de seis metros que la separaban de Armin, aterrizando con sus manos convertidas en garras alrededor del cuello del antiguo. La furia del impacto los derribó a ambos, quienes acabaron rodando por el suelo. La pequeña vampira quedó encima; él, tendido en el suelo, sometido. Los asistentes abrieron un poco el círculo concediendo más espacio a la pelea.
Armin apretaba las muñecas de su rival intentando liberarse de las garras. Resultaba imposible. En ese momento, la vampira acercó rugiendo de satisfacción su rostro al de su presa, con los colmillos a la vista y un delirio animal en la mirada. Con la garganta casi aplastada y el cuello a punto de partirse, Armin lanzó un golpe con la palma de la mano, utilizando el impulso para separar a la vampira de sí. El instinto le apremiaba a alejarla. Forcejearon. De golpe, la ira del linaje de los Brujah despertó en la sangre de Armin. Sus dedos reaccionaron cerrando una tenaza que atravesó carne y rompió hueso allí donde había resistencia. Se escuchó un quejido, casi un gemido, y las garras liberaron la presión de su cuello. La bestia de Armin apartó a la hermana de sangre y se puso de pie, intentando gruñir mientras usaba su vitae para recomponer la tráquea y la glotis aplastadas. Se irguió con los ojos desafiantes en la noche.
La hermana de sangre se había levantado automáticamente. Allí donde el cráneo había cedido instantes antes, ahora no quedaba ninguna señal. Parada, sonreía. Observaba al arzobispo dominado por su bestia interior. De repente, Armin cayó al suelo. Lo habían embestido desde atrás con la fuerza de un bisonte. La vampira reaccionó al momento y se unió a su hermana de sangre que había inmovilizado al arzobispo en su ataque por sorpresa. Lo mantenía echado boca abajo, agarrando sus hombros y su nuca mientras tiraba hacia arriba. La primera hermana llegó dando una patada directa a la sien. Con un grito de batalla se agachó y agarró con dos manos la cabellera rubia. La separó del suelo dos palmos y la estampó contra el asfalto. Dos veces. Tres. Volvió a repetir. Armin, con los pómulos y la nariz rotos, se sacudió aflojando la presa de la segunda vampira. Un nuevo golpe de su cara contra el suelo. Armin pudo girarse zafándose de la primera de las hermanas y quedando espalda contra el suelo. Lanzó una patada que dio de lleno en la rodilla a la segunda hermana. No importó. Esta se abalanzó sobre él y agarró una pierna. La primera le dio un pisotón en la clavícula rompiéndole el hueso y lo agarró del brazo. Las dos empezaron a tirar, a rugir, a gritar y a invocar todo el poder de su sangre maldita. La carne empezó a rasgarse, las articulaciones empezaron a separarse y los huesos a quebrarse. Con un aullido, la bestia de Armin cayó en la inconsciencia.
La tercera hermana de sangre, que no había participado en la pelea, se acercó a Armin cogiendo su rostro aplastado y ensangrentado con la mano. Clavó sus colmillos en el cuerpo en letargo del arzobispo mutilado y bebió. Bebió. Bebió hasta vaciar el tronco desmembrado. Entonces, su propia bestia interior le susurró al oído, sin palabras, pero con promesas que alimentaban su deseo y su ambición y no se pudo reprimir. Empezó a aspirar con fuerza. Aspiró y afianzó la mordida por el éxtasis creciente. Aspiró y percibió que la esencia del vampiro inerte no podía ofrecer resistencia contra su voluntad. Bebió y aspiró con todas sus fuerzas, consumiendo el alma del arzobispo. Sus ojos se abrieron entonces de par en par, con las pupilas dilatadas. Se le erizó el vello de todo el cuerpo y su corazón empezó a latir con fiereza. Se puso de pie, totalmente fuera de sí, en un éxtasis profundo, abstraída por completo. Comenzó a percibir de forma consciente la sangre de Troile corriendo por sus venas, el espíritu de Armin siendo asimilado por su propia esencia intangible. Amaranto…
Los vampiros que habían acudido al concilio estaban incómodos. Diabolizar a un arzobispo en mitad de una reunión política era algo fuera de lugar hasta para el Sabbat. La mayoría de ellos habrían hecho lo mismo de haber tenido la oportunidad de hacerlo a escondidas o, por lo menos, bajo el amparo de un rito oficial; no podía decirse que censurasen por completo lo sucedido. Pero no podían aprobarlo abiertamente.
La voz de Korah, priscus del Sabbat por derecho propio, se manifestó con claridad:
– ¡Caníbales! ¡Animales! Venís a un debate a cometer el peor de los crímenes. ¡Traición! ¡Yo os condeno! ¡Apresadlas! No sois bienvenidas en el Sabbat, no nos importa que controléis Zaragoza. ¡Estacadlas!
– ¡Chinga tu madre…!
Cinco vampiros armados con estacas de madera neutralizaron rápidamente a las hermanas de sangre, dos exhaustas por el combate y la tercera aún en trance.
“Un Brujah y las Hermanas de sangre. Dos enemigos menos. ¿Acaso podía haber salido mejor?” Korah estaba tremendamente satisfecha. Ghede era el siguiente en su lista personal. No era un enemigo sencillo, pero ella siempre se guardaba un par de ases en la manga. Siempre.