Relatos
CAPITULO 1: VISIONES DEL PASADO
Owain Evans entró en trance…
CELTIBERIA. SIGLO III A.C.
Ya había amanecido pero la luz solar no alcanzaba este recoveco de la cueva. No era casualidad, claro.
Jannosun Grozaia buscaba calor y reposo cerca de la hoguera. Recuperarse de la batalla. Se había quitado la coraza de cuero para liberarse de la constricción, y había extendido junto al fuego el sudado lienzo con el que enrollaba su frente bajo el rudimentario casco. Horas atrás, tanto la coraza como el casco habían demostrado ser más una molestia que una ayuda, pero hasta este momento no había tenido la oportunidad de quitárselos.
Resopló. Chasqueó la lengua; tenía la boca reseca. Miró hacia el interior de la galería. Junto al rincón seguía atada la criatura, el monstruo que acechaba y atacaba a los aldeanos desde hacía meses. La presa a la que había conseguido dar caza aun a costa de la vida de sus compañeros. Volvió a asegurarse de que las ataduras seguían apresando firmemente al prisionero. Le iba la vida en ello y lo sabía.
Se puso en pie y caminó. Giró dos codos de la galería y ya estaba en el exterior. El alba había despuntado hacía poco, pero el sol le resultaba mucho más brillante de lo esperado. Su primer impulso fue volver a entrar en la cueva, pero se forzó a quedarse allí de pie. Imaginaba que era por el efecto del veneno ingerido y necesitaba saber que no lo había llegado a corromper por completo. El calor del sol pasó de abrasador a reconfortante en apenas unos minutos y la luz volvió a ser fuente de alegría para su espíritu. Sonrió con gratitud. Instintivamente abrió los brazos para abrazar el día y sus labios se abrieron levemente para exhalar con satisfacción el aire fresco que inhalaba con ímpetu. ¡Victoria!
Jannosun recordó la noche anterior.
Junto con el resto de los héroes del pueblo había iniciado la batida a altas horas de la madrugada, pues era sabido por todos que la criatura sólo salía de noche. La mejor opción era, sin duda, aprovechar la plateada luz de la luna redonda que bañaba la estepa.
La criatura había evitado o desmantelado las numerosas trampas que se habían dispuesto, pero pudieron seguir su rastro. Tras horas de persecución tuvo lugar el primer encuentro. La criatura parecía un ser humano como los demás. Jannosun no podía entener cómo era posible que una bestia, que apenas podía articular algunas palabras en la lengua del Ebro, persuadiese a Asmenus y Attius para que soltasen sus armas y se dieran la vuelta hacia el hogar. El hechizo se rompió cuando la criatura gritó de dolor al recibir un lanzazo en el hombro. Izan, líder de la expedición, siempre había tenido una gran puntería. La criatura consiguió evitar dos proyectiles que siguieron al primero; luego rompió el mástil de la lanza clavada en su hombro y extrajo la punta de hierro. De la herida brotó un chorro de icor rojizo, pero rápidamente se cerró. Tras hacer un gesto amenazante acompañado de un chillido ensordecedor, dio media vuelta y echó a correr entre los altos matorrales y los árboles, más rápido que cualquier bestia salvaje. El elemento sorpresa ya se había perdido, así que encendieron las antorchas para poder encontrar y seguir el rastro.
El segundo encuentro se produjo horas más tarde. Esta vez la criatura esperaba emboscada a sus perseguidores. Ahí fue cuando Asmenus y Attius cayeron heroicamente. Hicieron valer sus vidas hiriendo gravemente al monstruo que, sin embargo, consiguió escapar de nuevo.
Apuntaba el alba la tercera vez que lo alcanzaron; ya no faltaba mucho para el amanecer y perderían su rastro hasta la noche siguiente. Al encontrarla de nuevo, la criatura mostraba unas cicatrices tremendas allí donde las espadas cortas habían hendido la carne. Y, sin embargo, ninguna herida estaba abierta. Esta vez, la pelea fue encarnizada. La criatura se cobró tres vidas más, incluyendo la del valeroso Izan. Aun estando muy malherida se acercó a Coél, el último compañero de Jannosun, quien se frotaba con desesperación la pierna rota. El monstruo, pausadamente, abrió con su uña un agujerito en la muñeca del que emanó un hilo de fluido carmesí, de color muy vivo. Y volvió a hablar:
– Esto…bueno…yo… esto… vida.
Los ojos claros del monstruo se posaron en los de Jannosun, quien sin saber cómo, recibió el mensaje en su cabeza de manera tan clara como escuchaba a Coél sollozando.
– Escucha, guerrero. Con esta sangre puedo curar la herida de tu compañero. Volverá a caminar y a correr. Yo soy Fuente inagotable de vida. Con un sorbo de mi esencia seréis más poderosos que cualquier pueblo que os enfrente. Más sabios, más fuertes y longevos que cualquiera de vuestros enemigos. Prosperaréis y conoceréis la grandeza. Escribiréis la historia de la humanidad. Piensa en la gloria de tu pueblo. Llevarás a tus hermanos y a sus hijos más lejos de lo que cualquiera pueda soñar. Sólo debéis aceptar mi regalo y dejarme libre.
En aquel instante, Jannosun supo que lo que decía el monstruo era cierto. Todo. Pero también fue capaz de intuir, bajo las promesas, la trampa y la condena que la criatura ocultaba. Miró la hoja manchada de bermeja sangre, inhumana, y entendió que, con sólo un sorbo, podría ponerse a la par del monstruo. Miró a los ojos de la bestia mientras daba un largo lametón a su falcata. De inmediato notó el efecto vigorizante del fluido. Observó maravillado cómo las heridas de sus brazos se cerraban al instante y sus cansadas piernas recuperaban la fuerza. Podía escuchar perfectamente cómo se aceleraban los latidos de la bestia, que ahora lo miraba con sorpresa. – Seguro que esto no lo habías previsto, bestia.
El olor del tomillo y el orégano le trajo de nuevo a la montaña. Pensar en el crecimiento de las plantas le recordó la boca seca. Llevó su mano a la cintura donde colgaba la cantimplora. Alivió la sed con agua del arroyo antes de volver a entrar a la cueva.
Ahí estaba. El azote de su pueblo seguía atado en el rincón donde lo había dejado. No se había movido ni lo más mínimo. Ya no parecía tan salvaje. La melena rubia de cabello fino le caía sobre la cara, apenas ocultando los rasgos angulosos de la recia barbilla. Los ojos, azules como el hielo de un glaciar, permanecían cerrados. En el pecho se veía la cicatriz donde la falcata había abierto una herida que habría matado a un oso. Y el trozo de madera.
Jannosun recordó el combate que había mantenido hacía tan solo unas horas. La falcata había cortado profundamente el torso del monstruo. Un largo y terrible tajo desde el hombro izquierdo hasta el centro del abdomen. Cualquier criatura bajo el cielo debía haber sucumbido. Pero la herida se había cerrado en apenas unos instantes, mientras el monstruo caía pesadamente sobre su rodilla.
Los primeros rayos del sol asomaron en ese momento. La criatura chilló de miedo y dolor mientras su carne empezaba a humear como las ascuas vivas. Con los ojos abiertos como si se fuesen a salir de la cara y la mandíbula desencajada se abalanzó sobre Jannosun quien interpuso su falcata para bloquear la embestida. La fuerza del impacto le hizo perder el equilibrio y cayó de espaldas mientras el monstruo forcejeaba sobe él. Con un esfuerzo desesperado, Jannosun empujó a la criatura y creó el espacio suficiente para atacar con el primer objeto que pudo. El mástil roto de una lanza en el suelo penetró el pecho del monstruo que se contrajo repentinamente en un gesto de dolor… Y quedó inmóvil.
Y ahora, Jannosun volvía a comprobar las ligaduras. Le iba la vida en ello y lo sabía.
Inspiró el aire frío y ligeramente húmedo de la gruta. Dio un sonoro grito, pero la bestia no respondió. Propinó un puntapié. La reacción, la misma. Nada. Estaba frente a un cadáver. Pero algo, su instinto de supervivencia, quizás, o algo en su interior, le decía que la criatura no estaba muerta. Sentía que no estaba muerta. Sabía que no estaba muerta.
La promesa del monstruo seguía retumbando en su cabeza. Ahora él pondría las condiciones. Exigiría para su pueblo la Fuente de poder del monstruo a cambio de una vida en libertad, pensaba mientras abría la palma de su mano con la falcata y depositaba unas gotas de sangre celtíbera en los labios inmóviles de la criatura. Jannosun empuñaba el arma con una mano mientras tiraba hacia arriba extrayendo la madera alojada en el pecho. – Seguro que esta conversación va a ser de lo más interesante.
En ese instante, con un gran sobresalto, Owain Evans despertó del trance.